Los agricultores son los primeros y más poderosos biotecnólogos del mundo.
Ellos convirtieron pastos en maíz, trigo y arroz; ellos generaron miles de variedades de papa y de jitomate, de frutas y otras hortalizas, adaptados no sólo para diversos climas, latitudes y altitudes sino para diferentes platillos y gustos. Los agricultores conocen de selección y de cómo integrarse a la evolución para crear diversidad. Es curioso entonces que conociendo el potencial de éstos, hace algunos años la hayamos puesto en nuestra contra.
El uso de sustancias biocidas (insecticidas, bactericidas, fungicidas, etc) para reducir de manera drástica las poblaciones de organismos que se consideran nocivos, tiene como contraparte “seleccionar” a los individuos capaces de resistir al envenenamiento. Las plagas desarrollan resistencia porque tienen una presión selectiva para hacerlo.
Si bien la emergencia de resistencia es muy poco probable, cualquiera que haya observado la velocidad a la que se reproducen los insectos, generando centenares de miles de huevecillos en una semana, podrá notar que hasta lo improbable es claramente posible. Cuando se trata de hongos o bacterias, en que la reproducción no se mide en semanas, sino en horas o en minutos, el caso es aún más dramático.
La búsqueda de herramientas cada vez más potentes e innovadoras para el control de plagas, y la creciente resistencia de éstas a nuestras herramientas, nos ha llevado a una carrera armamentista en la que tenemos todas las de perder. No sólo porque estamos peleando con mecanismos de supervivencia antiquísimos, con recursos limitados y con una ignorancia tremenda sobre la estructura de los ecosistemas, sino porque estamos luchando contra la lógica misma de la vida, que busca, obviamente, vivir.
Peor aún, si lográramos ganar la batalla, y pudiéramos finalmente erradicar a los insectos, hongos y bacterias, no tendríamos más que un puño de polvo donde había suelo, y un impecable desierto donde teníamos campos de cultivo, bosques y manglares.
Las alternativas han aparecido finalmente. En realidad, ya existían hace bastante tiempo, pero es en fechas recientes que empiezan realmente a ser contendientes dignos ante los agroquímicos.
La revolución de lo orgánico es un fenómeno global, fustigado por un lado por los consumidores, que con la poderosísima herramienta del internet tienen acceso a la información, antes reservada a los conocedores, del envenenamiento al que sometemos a los cultivos, y de sus efectos para la salud. Por otro, por los mismos agricultores, que no sólo desean llegar al mercado informado, sino que se enfrentan a la crisis de los biocidas de la que hablábamos: precios elevados por manejos deficientes, peligrosos, contaminantes e ineficaces.
La ola orgánica está ahora viviendo un momento clave, porque deja de ser una estrategia de generación de valor agregado, para convertirse en la opción más viable, rentable y duradera.
Hay varios obstáculos en el camino, sin embargo. La gran promesa de los agroinsumos ambientalmente amigables viene en general acompañada de baja productividad, mala calidad, y costos prohibitivos, si no en insumos, en mano de obra.
Claramente, la tecnología orgánica no ha tenido aún la evolución que vivió la industria química para perfeccionarse, masificarse y comunicarse, pero las cosas están cambiando.
Cada día con mayor frecuencia aparecen opciones orgánicas de mayor eficacia y menor costo. Cada día las prácticas que acompañan a los insumos se desarrollan más, y la productividad y rentabilidad se acerca en general a las opciones tradicionales. En varios casos, incluso superándolas con creces.
En un Mundo de recursos limitados, salvaguardarlos es un axioma: lo hacemos, o nos extinguimos. Cambiar de prácticas no es una opción, sino una urgente necesidad.
Los agricultores el día de hoy tienen una oportunidad histórica: convertirse en la punta de flecha para un cambio de paradigma que va mucho más allá de las estrategias agronómicas. Tienen la posibilidad de plantear un futuro en congruencia y concierto con la Naturaleza. Tienen la oportunidad, y cada vez con más esperanzas veo su deseo de abordarla, de ser quienes concilien nuevamente el bienestar humano con el bienestar ambiental. Tienen frente a ellos finalmente la posibilidad de migrar hacia opciones regenerativas de agricultura, obteniendo además mayores ganancias, y el beneplácito de sus consumidores. Tienen la facultad de cambiar hacia algo mejor. En Tierra de Monte lo sabemos, y estaremos a su lado para ayudarlos.
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