Los hongos entomopatógenos son una de las grandes promesas en tecnología agrícola para el control de plagas. Por un lado, la capacidad de atacar selectivamente a insectos nocivos, y por otro, la posibilidad de controlar ecológicamente las plagas sin causar daños al ambiente o al cultivo, los convierten en una herramienta que debe explotarse de inmediato.
No obstante las virtudes que representan, y su expedita incorporación en la oferta tecnológica al campo, los entomopatógenos se han quedado cortos en su efectividad en muchos casos. Como en tantas ocasiones, el diablo está en los detalles. Muy en particular, en dos de ellos:
Selección y aislamiento:
Para seleccionar hongos entomopatógenos, normalmente se recurre a un método visual. Esto es, se colecta a los insectos –normalmente adultos- que muestran el desarrollo de micelio (la pelusa blanca que cubre el exoesqueleto), y ésta se separa y se propaga en placas de Petri. Finalmente, se inocula el hongo en insectos sanos, y se observa nuevamente la formación del micelio. Aquellas especies que puedan reproducir la infección son automáticamente consideradas entomopatógenas.
El problema con este acercamiento, es que las especies que se obtienen de este modo, si bien pueden demostradamente generar micelio lo que sin lugar a dudas afecta el desarrollo de los insectos, no forzosamente resultan letales en el plazo que se requiere. Dicho
de otro modo, estos hongos pueden generar grandes cantidades de insectos infectados en el plazo de semanas, pero no impedir su reproducción o su actividad. Al final del día, el daño de las plagas depende más de cuántos insectos activos hay, independientemente de si están infectados o no.
Evaluación de efectividad:
Muchos de los productos comerciales que utilizan hongos entomopatógenos evalúan su efectividad por el número de insectos “momificados”. Esto es, cuántos insectos se encuentran cubiertos por micelio. La realidad es que muchos de estos insectos ya cruzaron la etapa reproductiva, por lo que la efectividad del producto se limita a la reducción de vida adulta, pero no al control poblacional.
Existe una versión, mucho menos dramática pero mucho más efectiva de control de poblaciones de plagas de insectos, que nosotros llamamos “infección no miceliar”. Esto no quiere decir que no se genere micelio, pero sí que el micelio se encuentra en una parte no visible del cuerpo del insecto: el tejido interno.
La colonización de los tejidos blandos al interior del insecto permite que los entomopatógenos actúen desde dentro sobre sustancias mucho más fáciles de degradar que el exoesqueleto, matándolo en periodos de 48 a 72 horas. Los insectos infectados pierden rápidamente la capacidad de alimentarse y la motricidad (e incluso las extremidades), evitando que puedan reproducirse, e incluso frenando su daño al cultivo.
Si bien la selección de estos hongos resulta más complicada metodológicamente, su eficiencia bien lo vale.
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